Entradas etiquetadas como ‘espiritualidad’

Dimensiones Cósmicas

DIMENSIONES

MUNDOS PARALELOS DE COEXISTENCIA.

1ª DEL ETER A LAS MIRÍADAS (Iniciación de la polaridad).

2ª PARTÓN: Punto esencial transformado en Quanta de Energía.

3ª Nivel ATÓMICO y SUB-ATÓMICO: Aquello que es detectado como materia.

4ª Nivel ATÓMICO y SUB-ATÓMICO de valencias de menor frecuencia.

5ª Nivel ELECTRÓNICO, SER SUPERIOR, Plano divino, Guía espiritual, Esencia, Maestro del Dios Cósmico en nosotros, Angel Guardián, etc. donde el factor del TIEMPO no opera y tampoco existen las reencarnaciones.

6ª Plano de la luz, donde ya no existe la forma.

Fluídos Armónicos e Inarmónicos.

7ª Nivel PLASMÁTICO RADIAL, o aquello que sea el origen del espíritu.

ESFERAS MENTALES.

1ª Esfera Mental.

PRECONSCIENTE, que cubre totalmente el cerebelo. Aquí se manifiestan y producen todos los fenómenos PARANORMALES, utilizando el SER SUPERIOR, como vehículo el PRECONSCIENTE para enviar órdenes; la 1ª Esfera Mental es la caja de resonancia de los cuerpos físicos mediante la cual es controlada la actividad evolutiva del SER.

Por medio del PRECONSCIENTE, se controla la actividad evolutiva del SER de las dos entidades biológicas (SER -3ª Dimensión y ELLO -4ª Dimensión). En el cerebelo existen tres lóbulos; en el lóbulo central se reciben las órdenes que vienen del SER SUPERIOR. Si el comando es para el ELLO; toma el lóbulo izquierdo; si es para el SER, utiliza el lóbulo derecho.

2ª Esfera Mental.

SUBCONSCIENTE. Es el área residual o receptáculo de los impulsos eléctricos selectivos que son registrados por el PATRÓN GENÉTICO ELECTRO-CONDUCTUAL. Rodeado de un cículo rojo, descansando detrás del nervio óptico, la hipófisis, la fisura de Silvio, el Puente Valeriano, el cuarto ventrículo, el núcleo Cuadrigémino, la fisura de Bichart, la glándula Pineal, el cuerpo calloso, la partición del muro transparente, la hendidura trigonal y la cápsula óptica. Es mucho más el receptáculo del SER que del ELLO.

El SUBCONSCIENTE funciona con el SER y con el ELLO pero mucho más con el SER.

3ª Esfera Mental.

CONSCIENTE (discontinuo). Se halla en el hemisferio cerebral derecho en la parte anterior, sobre el ojo derecho. Actúa únicamente el SER Físico de 3ª Dimensión. En estado de vigilia se manifiesta a nivel BETA. (Nota: He incorporado “discontinuo” para distinguir la 3ª de la 4ª Esfera Mental que se describe como CONTINUO)

4ª Esfera Mental.

CONSCIENTE CONTINUO. Se halla en el hemisferio cerebral izquierdo en la parte anterior, sobre el ojo izquierdo, actúa únicamente el ELLO cuatridimensional.

5ª Esfera Mental.

SUPERCONSCIENTE: Se halla en el hemisferio cerebral izquierdo sobre el oido izquierdo, detrás del consciente continuo, se graban impresiones fuertes del ELLO.

6ª Esfera Mental.

CONSCIENTE SUBLIMINAL: Se halla en el hemisferio cerebral derecho detrás del consciente, sobre el oido derecho, se archivan impresiones fuertes el SER. Funciona con el SER tridimendional en las fisuras de ROLANDO y SILVIO.

7ª Esfera Mental.

REGISTRO AKÁSHICO o REGISTRO DE VIDA: Se encuentra en la cabeza del SER SUPERIOR (contiene el resumen de todas las experiencias de la vida) Llega hasta la altura del cuello donde los QUANTAS GENERADORES por impulsos eléctricos del aura, conforman el registro vivencial de las dos entidades biológicas (SER SUPERIOR y ELLO) .

Los fenómenos paranormales son permitidos por el SER SUPERIOR para abrir consciencia en el individuo. Su explicación es a través de elementos de 4ª y 5ª Dimensión.

EL PATRÓN METABÓLICO.

Está situado en la parte inferior del cuerpo calloso o mesolóbulo de cada una de las Entidades Biológicas (SER y ELLO), 3ª y 4ª Dimensión.

Este patrón rige la parte vegetativa del SER y maneja las 6 esencias del

PARTÓN (seis tipos de electricidad) en unidades de +5 ó -5 de acuerdo

a las necesidades, deficiencias o excedentes de cargas en el organismo.

La constitución atómica de las dimensiones 3ª y 4ª es similar al mirar los aspectos y nombres, y las partículas atómicas y subatómicas se corresponden entre sí.

Lo que varía son sus valencias, correspondiente a masas (peso) y las distancias entre el núcleo y las partículas orbitales, de modo que en la 4ª dimensión las distancias serán 10 veces mayores que en la 3ª.

La formación de la 5ª dimensión no da origen a un producto entidad biológica perecedera, sino a una entidad electrónica con un aspecto humano que es sin embargo eterna. A partir de la 5ª dimensión el factor tiempo ya no existe.

La CLARIAUDIENCIA es el desarrollo de la facultad auditiva para escuchar mensajes, sonidos, música o voces dimensionales que llegan del ELLO 4º dimensional o del SER SUPERIOR 5º dimensional; estos fenómenos se pueden oir a través de ondas sónicas o ultrasónicas desde el ELLO o por permisión del SER SUPERIOR.

La amplitud o grado de la PROPORCIÓN MENTAL se obtiene por medio de prácticas especiales (Telepatía, Meditación profunda, etc.) que nos permiten trabajar conscientemente en otros niveles de la mente; como es natural, al esmerarse por estos estados amplificados, se obtiene mucha más proporción mental así como el desarrollo de las Esferas Mentales.

Lo rangos más anchos de las proporciones mentales son aquellos que pueden ser operados ya que aumentan la actividad expansiva a la que nosotros mismos nos hemos sometido y, estando saturados en estos estados expandidos, de este modo, nos conducen a este ensanchamiento de las proporciones mentales.

Fuente: La Ciencia Cósmica.

Crónicas de la Histórica Cósmica II (Libro del Avatar)

NAVIDAD 2021

Madrid (España)

Los Manes (Almas de difuntos)

Los Manes (plural), en la mitología romana, eran dioses familiares y domésticos por lo general asociados a otros llamados Lares o dioses familiares y Penates o dioses de la despensa. Eran espíritus de antepasados, que oficiaban de protectores del hogar. El Pater familias o cabeza de familia, era su sacerdote y oficiaba sus ceremonias religiosas y ofrendas en las viviendas.

En la antigüedad daban el nombre de Manes a las almas de los muertos que suponían errantes de un lugar a otro, como las sombras y a las cuales tributaban en ciertas ocasiones una especie de culto religioso. Los antiguos decían que eran hijos de la diosa Mania, y Hesiodo supone que tuvieron por padres a los hombres que vivieron durante el siglo o edad de plata, pero Bauier opina que su verdadero origen nació de la idea de que el mundo estaba lleno de genios, unos para los vivos, otros para los muertos, unos buenos y otros malos, etc.

Los antiguos no tenían ideas enteramente estables o fijas relativas a los Manes, así es que tan pronto los tomaban por almas separadas de los cuerpos, como por dioses infernales o simplemente por los dioses o los genios tutelares de los difuntos.

De todos los autores antiguos, Apuleyo es el que en su libro De Deo Socratis habla con más claridad de la doctrina de los Manes: El espíritu del hombre después que ha salido del cuerpo pasa a ser o se trasforma en una especie de demonio que los antiguos latinos llamaban lemures. Las almas de aquellos difuntos que habían sido buenos y tenían cuidado y vigilancia sobre la suerte de sus descendientes, se llamaban lares familiares pero las de aquellos otros inquietos, turbulentos y maléficos que espantaban los hombres con apariciones nocturnas se llamaban laruce y cuando se ignoraba la suerte que le había cabido al alma de un difunto, es decir, que no se sabía si había sido trasformada en lar o en larva, entonces la llamaban mane”.

Muchos autores antiguos atribuían o suponían a las almas de los difuntos una especie de cuerpos muy sutiles de la misma naturaleza del aire, pero organizado y en disposición de ejercer varias funciones de la vida humana como ver, hablar, entender, comunicar, pasar de un lugar a otro, etc.

Los antiguos creían que todas las almas de los hombres de bien pasaban a ser una especie de divinidades, por cuya razón solían grabar sobre los sepulcros estas tres letras iniciales D. M. S. Dis manibus sacrum, consagrada a los dioses Manes.

Los persas, los egipcios, los fenicios, los asirios y demás naciones de Asia veneraban las sombras de los muertos. Los bitinios al enterrar a los muertos les suplicaban que no los abandonasen y que volviesen alguna vez a verles; este culto se halla aún en lo interior de África y en muchos otros pueblos primitivos.

Orfeo fue el primero que introdujo entre los griegos la costumbre de evocar a los Manes. El culto de estos dioses se extendió por el Peloponeso y los invocaban en las calamidades públicas. Homero nos dice que Ulises les ofreció un sacrificio para obtener un feliz retorno a sus estados.

De todos los sacerdotes griegos, los tesalios eran los que más conocimiento tenían en el arte de evocar los Manes. En un campo cerca de Maratón se veían las tumbas de los guerreros atenienses que murieron peleando contra los persas. Pausanias dice que en su tiempo se creía que alguna que otra vez salían de ellas unos gritos penetrantes que espantaban a los viajeros. Otras veces, añade, no se creía percibir más que un ruido sordo parecido al que hacen muchos hombres que combaten, aquellos que ponían el oído para escuchar eran castigados por los manes; pero los pasajeros que seguían su camino sin pararse a averiguar, no experimentaban ningún mal resultado.

Algunas veces para aplacar la sombra irritada de aquel a quien un homicidio u otro accidente funesto le había quitado la vida, le inmolaban víctimas humanas o le erigían una estatua. Así es que deseando los éforos satisfacer o acallar los manes de Pausanias, le erigieron estatuas de bronce delante de las cuales ofrecían sacrificios todos los años.

Los habitantes de Platea tributaban un culto religioso a los que morían. Les ofrecían sacrificios sobre los sepulcros y las víctimas, coronadas de mirto y de ciprés, se inmolaban al son de flautas y otros instrumentos. Celebraban asimismo una fiesta general, en la cual todos los magnates montados en carros cubiertos de negro iban a los sepulcros a ofrecer incienso a los dioses de los infiernos. El primero constituido en dignidad entre ellos sacrificaba en seguida un Toro negro, suplicando a los manes que saliesen de sus moradas para beber la sangre de aquella víctima.

Era opinión generalmente recibida en los tiempos heroicos que los manes de aquellos que habían muerto en un país extranjero iban errantes procurando retornar a su patria.

Los griegos y romanos invocaban a los manes como divinidades, les erigían altares y les ofrecían Toros para obligarles a que protegiesen sus campos y espantasen a los que iban a robar los frutos cuya invocación o fórmula nos ha conservado Catón el Viejo.

De Roma pasó el culto de los manes a todas las regiones de Italia. Por todas partes se les elevó altares y se pusieron bajo su protección los sepulcros, cuyos epitafios principiaban siempre “Dis manibus”. Los lugares destinados a la sepultura de los muertos dedicados a los dioses de abajo “Dis inferis”, eran llamados “loca religiosa” mientras que los dedicados a los dioses de arriba “Dis superis”, se llamaban “loca sacra”.

Aquellos fanáticos que tenían una devoción particular por los manes y que querían tener con ellos relaciones o un comercio íntimo, se quedaban a dormir sobre los sepulcros a fin de tener sueños proféticos por medio de las apariciones de las almas de los difuntos.

Los altarse que erigían a los manes en Lucania, Etruria y Calabria eran siempre de dos en dos, puestos el uno al lado del otro, rodeados de ramas de ciprés y se tenía cuidado de no inmolar a la víctima hasta el momento en que tenía la vista fija en la tierra. Sus entrañas, conducidas tres veces en torno del lugar sagrado, eran enseguida echadas al fuego, en el cual había de consumirse toda la víctima. Estas ceremonias se comenzaban siempre a la entrada de la noche.

El ciprés era el árbol consagrado a los dioses manes. Se les representaba en los monumentos unas veces sosteniendo un árbol funerario, otras dando hachazos y esforzándose en derribar un ciprés porque este árbol no renueva una vez cortado y para indicar que después de la muerte no debemos esperar renacer sino milagrosamente.

El número nueve les estaba dedicado como el último término de la progresión numérica por cuya razón era mirado como el emblema del término de la vida. Las habas que según la creencia de los antiguos se parecen a las puertas de los infiernos, les estaban asimismo consagradas.

El sonido del bronce y del hierro les era inaguantable y les ahuyentaba, lo mismo que a las sombras infernales, pero la vista del fuego les era grata. Por esta razón, casi todos los pueblos de Italia solían poner en las urnas o sepulcros una lámpara.

Las personas ricas dejaban en su testamento un monto destinado para la conservación de estas lámparas y manutención de uno o más esclavos para cuidar de ellas. Era un crimen apagar estas lámparas, que castigaban rigurosamente las leyes romanas lo mismo que a los que violaban el lugar sagrado de los sepulcros. Sobre algunos monumentos antiguos los dioses manes son llamados Dii sacri, dioses sagrados, o Dii patrii, dioses protectores de la familia.

Los manes también eran llamados Di Manes (Di significa dioses), y las lápidas romanas a menudo incluían las letras D. M., que representaban Dis manibus, o dedicado a los dioses manes. La palabra también se utilizaba como una metáfora para referirse al Averno.

El vocablo Manes (espíritus de los muertos) deriva del protoindoeuropeo men- ‘pensar’. Son palabras relacionadas del griego antiguo “menos” (vida, fuerza) y el avéstico “mainyu” (espíritu).

Fuente: Wikipedia

El Símbolo del Pez

Los primeros cristianos utilizaban Códigos secretos para confirmar si se encontraban ante una persona que compartía su religión. Uno de estos códigos era el “Ichthys” o Ichthus, palabra que en griego antiguo (ἰχθύς) significa Pez.

La hipótesis más acreditada es que un seguidor de el Cristo, cuando pensaba encontrarse ante otro cristiano clandestino, dibujaba una curva o media luna en la tierra. Si el otro dibujaba otra media luna completando así la figura de un pez, había una probabilidad muy elevada que se tratase precisamente de un seguidor de Jesús que conocía el código secreto cristiano. No olvidemos que los apóstoles eran pescadores.

Las letras que forman la palabra Pez en griego, cuando se escriben en mayúscula (ΙΧΘΥΣ), forman un acrónimo con las iniciales de la expresión “Iēsous Christos THeou Yios Sōtēr“, que significa “Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador” (en griego antiguo Ἰησοῦς Χριστός, Θεοῦ ͑Υιός, Σωτήρ).

Así, el pez se convirtió en uno de los primeros símbolos cristianos, junto a la imagen del Buen Pastor.

El Ichthys se usaba también para señalar las catacumbas cristianas durante las persecuciones contra la comunidad, de forma que sólo los cristianos sabían dónde estaban enterrados sus mártires, para rezar allí.

El pez se encuentra ya en monumentos romanos de las primeras décadas del siglo II, como la Capella Greca y las Capillas del Sacramento de la Catacumbas de San Calixto. Los primeros cristianos lo utilizaban en numerosos frescos y sarcófagos.

La referencia escrita del símbolo cristiano del pez más antigua que se conoce es de Clemente de Alejandría, (nacido en 150), quien recomienda (Paedagogus, III, XI) tener como sello una paloma o un pez. San Clemente no da explicación de estos símbolos, por lo que se puede concluir que ya eran ampliamente conocidos.

Los comienzos del cristianismo no fueron nada fáciles. Considerando que el propio Cristo fue crucificado y que los apóstoles fueron inmediatamente perseguidos de forma brutal, por no hablar de las crueles masacres del Imperio romano, es fácil imaginar que los primeros cristianos vivían su fe de forma prácticamente clandestina.

La asociación del Ichthys con al Eucaristía es enfatizada en el epitafio de Abercius, obispo de Hieropolis del siglo II, y en el epitafio de Pectorius de Autun.

Abercius nos dice que en su viaje a Roma, en todas partes recibió como alimento “el Pez del manantial, el grande, el puro“, como también “vino mezclado con agua junto con pan“.

Pectorius también habla del Pez como un delicioso alimento espiritual que nos da el “Salvador de los Santos”.

La asociación con la Eucaristía también es evidente en los frescos de la Catacumba de Santa Priscila. Después del siglo IV, el simbolismo del pez gradualmente disminuyó.

Si preguntamos al azar a un grupo de personas sobre el por qué la cruz es el símbolo del cristianismo, responderán mayoritariamente que es así porque Jesucristo murió crucificado.

Pocas son las personas que a pesar de profesar el cristianismo, saben que la cruz no se comenzó a utilizar como símbolo de su religión hasta el siglo IV d.C., casi trescientos años después de cuando se crucificó a Jesús, hasta entonces el dibujo en forma de pez era lo que los representaba.

Fue el emperador romano Constantino I (el mismo que promulgó en el año 313 d.C. el conocido Edicto de Milán por el cual daba libertad de culto y dejaba de perseguirse a los cristianos) quien unos años más tarde, concretamente en el 325, decretó en el Concilio de Nicea que el símbolo de los cristianos debía ser la cruz y lo hizo en base a una experiencia mística vivida por él mismo el 28 de octubre del 312, cuando se dirigía con su ejército a luchar contra el emperador Majencio en la batalla del Puente Milvio (era el periodo conocido como “tetrarquía” en el que el poder en el Imperio Romano era ejercido por cuatro personas).

Según relató el propio Constantino (y así lo recogió su biógrafo Eusebio de Cesarea en su obra “Vita Constantini”) dirigiéndose hacia la batalla miró hacia el firmamento y sobre el Sol apareció una cruz rodeada por la leyenda “In hoc signo vinces” (Con este signo vencerás). Quedo tan impresionado por tal aparición que esa misma noche soñó con Jesucristo y como éste le dijo que si usaba ese signo en sus batallas lo haría invencible ante sus enemigos.

A partir del Concilio de Nicea y tras los motivos dados por Constantino I, la cruz pasó a convertirse en el principal símbolo del cristianismo.

Imagen

FELICES NAVIDADES 2019

Los Templarios en la Corona de Aragón (IV)

Castillo de Miravet

Las crónicas medievales vierten calificativos elogiosos del rey Jaime I, como conquistador, legislador, sabio, leal, valiente y humano. Sin embargo, un ensayo de un profesor de la Universidad de Barcelona tergiversa la historia, desmitificando su figura y reinado, y lo presenta ante el público como un rey cobarde, cruel y represor de colectividades de Valencia y Murcia.

La muerte le sobrevino en 1.276. En la recta final de su vida, estando en Alzira, D. Jaime otorgó su primer codicilio complementario del testamento que había redactado en el monasterio de Poblet en 1.272, y nombró albaceas a sus hijos D. Pedro y D. Jaime, con la recomendación que cumplieran las disposiciones testamentarias. El 23 de julio de 1.276, otorgaba su segundo codicilo que recoge disposiciones que denotan escrúpulos de conciencia. Poco después, el Rey salió de Alzira hacia Valencia y fallecía el 27 de julio de 1.276. Su deseo de llegar a Poblet no pudo cumplirse. Fue sepultado en la catedral de Valencia donde reposaron sus despojos hasta mediados de 1.278, año en que su hijo, Pedro III, los trasladó al monasterio de Poblet.

Al Monarca se le glorió en vida y mucho más después de muerto. La Crónica de Ramón Montaner relata que los duelos, llantos y lamentos empezaron por toda la ciudad, y no quedó rico-hombre, mesnadero, caballero, mujer o doncella que no fuera detrás del estandarte, declarándose tres días de luto en la ciudad de Valencia.

Acabada la reconquista en la Corona de Aragón, los templarios se ocuparon de defender las nuevas fronteras expuestas continuamente a los ataques granadinos. No obstante, en los años siguientes prestaron otros importantes servicios a la Corona.

Pedro III el Grande, sucedió a su padre en 1.237. La conquista de Sicilia (1.282), feudo de la Santa Sede, provocó la excomunión del mismo, la puesta en entredicho de sus reinos y la cesión de éstos a la Corona de Francia. Los templarios, de nuevo, se veían ante una difícil situación, la obediencia al Papa o la fidelidad a la Corona de Aragón, que tan generosa había sido con ellos. Oficialmente no se opusieron a la voluntad papal, pero sirvieron fielmente a Pedro III. Dirigidos por Berenguer de Sanjust (Comendador de Miravet), los templarios catalanes y aragoneses protegieron el reino contra los invasores junto al ejército de Pedro III, a pesar de que estos venían contra la Corona Aragonesa en nombre del mismo Papa.

Tras la acción relámpago del estado francés en Octubre de 1.307, contra los templarios y las confesiones bajo tortura de sus miembros detenidos por delitos como: ritos idolátricos, sodomía y prácticas blasfemas, etc., el papa Clemente V ordenó a los príncipes cristianos el arresto de todos los miembros de la Orden del Temple. En principio, Jaime II, ya rey de Aragón desde 1.291, se negó a las pretensiones del monarca francés «…Han sido siempre fieles a nuestro servicio reprimiendo a los infieles.” No obstante, cambió de postura iniciando el proceso contra los templarios en la Corona de Aragón.

Algunos castillos como el de Peñíscola se rindieron sin apenas resistencia. Pero otros se apresuraron a tomar las armas para defender su inocencia. La fortaleza de Cantavieja resistió el asedio de las tropas reales desde enero hasta agosto de 1.308, solicitando finalmente el indulto de los sesenta defensores de la misma. Castellote, el castillo de Villel, la Alfambra y Miravet, que capituló en diciembre, fueron cayendo ante el ejército real. Tan sólo quedaba Monzón, donde la situación de su castillo le confería un carácter inexpugnable. El 24 de mayo de 1.309 se rendía el castillo de Monzón tras haber agotado sus defensores sus fuerzas.

Las crónicas de los Jueces de Teruel nos informan de estos hechos:

…En esti año fue destruido el Temple et el Papa Juan XXII dio la sentencia en Viana et fizieron estrado et vestidos de duelo porque destruian tan alta orden et fueron vestidos de maregas; aquel año fueron sobre Villel et todos los otros lugares de los templeros destruidos et cercados”.

El 22 de Mayo de 1.312, el papa Clemente V decretó la abolición de la Orden del Temple. Poco después reconoció la posibilidad de juzgar a los consejos provinciales de la Orden por separado, a excepción de Francia.

Los templarios de la Corona de Aragón fueron encontrados inocentes el 7 de Julio de 1.312 en el Concilio de Tarragona. Sus posesiones pasaron a la Orden del Hospital, excepto las posesiones del Temple en Valencia, donde se creó la Orden de Santa María de Montesa con el objeto de defender la frontera del reino.

Fuente:http://www.aragonesasi.com/historia/militia/documento6.php

Los Templarios en la Corona de Aragón (III)

                                                                          Jaime I – El Conquistador

Jaime I el Conquistador fue educado hasta los 9 años en el castillo templario de Monzón, como si de un caballero templario se tratase. A esta edad se vieron obligados a dejarle marchar dada la delicada situación del reino.

Durante su minoría de edad se produjeron una serie de luchas señoriales que pretendían anular o condicionar la autoridad regia para imponer su voluntad y mantener o incrementar sus privilegios y riquezas. Para acabar con estos problemas convocó en 1.225 una reunión en Tortosa, con presencia de los estamentos eclesiástico, nobiliario y popular, y promulgó un acuerdo de paz.

Después comenzaron las empresas conquistadoras de los reinos de Mallorca (1.229) y de Valencia (1.238) e impulsó una brillante actividad legisladora.

Una vez acabada su minoría de edad, les presentó a sus súbditos el proyecto de la conquista de Mallorca. Los templarios apoyaron al rey y se embarcaron junto con él a la conquista de la isla. Al parecer los templarios no aportaron un gran contingente de hombres, pero su forma de combatir y la organización en el campo de batalla les hacían temibles, se puede afirmar que dicha orden era la mejor tropa que Jaime I poseía en todo su reino.

Según el filólogo Rafael Alarcón Herrera, desde el inicio de la aventura se encuentran presentes los valores espirituales de los templarios, pues dicha orden había incluido ya en 1.129 a las Baleares en su lista de territorios a conquistar, un año antes de su reconocimiento, en el concilio de Troyes, por lo que al parecer aludieron al monarca que la invasión era voluntad de Dios; hecho que pudo haber animado al joven rey, dada la relación con su nacimiento y educación en dicha casa. De hecho, buena parte de la conquista fue planeada y ejecutada por los templarios.

El rey les recompensó, agradecido por sus servicios, con importantes posesiones en Mallorca, entre las que destaca el castillo de la Almudaina, el barrio judío, más de la tercera parte de la ciudad y la concesión de un puerto exclusivo para la orden.

Una vez conquistada Mallorca y contentados los intereses catalanes (pues las cortes catalanas de 1.228 habían organizado la conquista de Mallorca en respuesta a sus intereses comerciales, amenazados por la piratería mallorquina), Jaime dirigió su vista hacia el reino moro de Valencia según las propuestas de los aragoneses (pues las Cortes aragonesa mostraban su interés en asegurar su frontera sur y propusieron en las Cortes Generales de 1.232 la campaña de Valencia).

En 1.231, el rey se reunió en Alcañiz con Blasco de Alagón y las órdenes religiosas que habían proseguido por su cuenta la lucha de frontera en el Maestrazgo mientras las fuerzas reales y la hueste levantada en 1.228 se centraban en Mallorca. Para 1.233 y de forma independiente, el noble aragonés Blasco de Alagón rompió el sistema defensivo musulmán al tomar Morella. La caída de la fortaleza hacía plausible tomar Valencia pese a las reivindicaciones de Castilla y la tibia recepción que tenía el proyecto entre los catalanes que hasta fechas tan tardías como 1.235 priorizaron Ibiza y Menorca.

La conquista de Valencia, fue apoyada por el Papa Gregorio IX concediendo en 1.237 Bula de cruzada con remisión de los pecados a los combatientes y atrayendo el interés de cruzados y órdenes militares.

Los templarios, una de las principales fuerzas en la Corona, tenían un interés claro en continuar las guerra santa contra los musulmanes y bases en las cercanías como Cantavieja. Asimismo, el rey, enfrentado al arzobispo de Zaragoza Sancho de Ahonés, por motivos nobiliarios, tuvo en la campaña de Valencia una buena ocasión de recuperar el favor de la Iglesia.

La expedición finalizó con la capitulación de Valencia a las tropas del rey Jaime I el 9 de Octubre de 1.238 con importante participación templaria. De nuevo el monarca les recompensó generosamente, pasando a ocupar un puesto destacado en el nuevo reino cristiano de Valencia que instauró Jaime I, administrando el tesoro del reino.

En los diplomas, Jaime I comenzó a titularse Rey de Valencia, incluso antes de conquistar el «Cap i casal del regne». Un arbitraje del 30 de Septiembre de 1.236, redactado en aragonés, en la villa de Tarazona, así lo confirma:

«Nos Jayme, por la gracia de Deus rey Daragon et de Mayorchas et de Valencia, comte de Barcelona et de Urgel et sennor de Montpeller».

Ganada y ocupada la ciudad de Valencia, la intitulación fue: «Jacobus» o «Nos Jacobus Dei gratia rex Aragonum, Maioricarum et Valencie, et comes Barchinone et Urgelli et dominus Montispesullani» en latín, o bien, «Rey Darago, de Mallorques, de Valencia, Compte de Barcelona, et de Urgell, et Senyor de Montpesler» en romance, como constata el Libre dels Furs.

Intitulación que registran la mayoría de los documentos y sellos reales del Conquistador y reflejan la voluntad institucional del Monarca de crear un nuevo Reino independiente en el seno de la Corona de Aragón.

Jaime I mantuvo unas excelentes relaciones con los templarios a lo largo del resto su reinado, que incluyó diversas luchas con los moriscos que quedaban en el reino valenciano y campañas en las nuevas fronteras al sur. Estos le apoyaron incluso en la campaña contra el reino de Murcia, dirigida por Pere de Queralt, Mariscal del Temple en Aragón.

En 1.264, la sublevación mudéjar obliga al rey Alfonso X el Sabio a pedir ayuda a su suegro Jaime I de Aragón, que basó su política en la amenaza y en la persuasión. Aunque había encontrado una fuerte oposición en la nobleza, llegó a este reino y pobló Murcia con 10.000 hombres entre aragoneses, catalanes (ilerdenses), y castellanos como participantes en la reconquista bajo la dirección del infante don Manuel, hermano del rey sabio, y los maestres de las Órdenes de Santiago y el Temple.

Jaime I, en los primeros meses de 1.266, tomará Murcia y en cumplimiento del tratado de Almizra entregará el dominio al rey castellano dentro del papel desempeñado por la Corona de Aragón en la conquista de Murcia y su posterior repoblamiento.
Tras los hechos de armas en el sitio, toma de la ciudad de Murcia y la posterior devolución del reino a su yerno Alfonso X, dejó buena parte de su séquito, como colonos y propietarios en Murcia.
Los pobladores murcianos del siglo XIII eran artesanos, comerciantes y labradores. Se les unieron grupos minoritarios de la Península Itálica, quizás ricos comerciantes y gentes más modestas, milaneses y lombardos, acompañados de portugueses, valencianos y mallorquines.

Jaime II el Justo, nieto de Jaime I, tomaría la villa de Alicante en 1.296, veinte años después de la muerte del rey conquistador, y le otorgó fuero valenciano en el año 1.308.

Continuará…

Los Templarios en la Corona de Aragón (II)

Castillo de Monzón

Ramón Berenguer IV el Santo, fue conde de Barcelona, Gerona, Osona y Cerdaña, y de Aragón fue Princeps que en la época significaba primus inter pares (no debe confundirse con el título de Príncipe).

Ramiro II fue el rey hasta su muerte y se apresuró a pactar con las Órdenes beneficiadas por el testamento de Alfonso I. La Orden del Temple fue la más beneficiada, quizás porque el propio Ramón Berenguer IV se había adherido a la orden, al igual que lo había hecho su padre, Ramón Berenguer III, quien habría sido el primer caballero templario de la península Ibérica.

Mediante la Concordia de Gerona (27 de Noviembre de 1.143), el Temple renunció a sus derechos a la tercera parte del reino de Aragón, a cambio de los castillos de Monzón, Mongay, Chalamera, Barberá, Remolinos y la promesa de Corbins (cuando fuera conquistado), y otros muchos privilegios como la promesa de entregarles la quinta parte de las tierras arrebatadas a los musulmanes. En el mismo acuerdo, la Milita Christi o Militia Caesaraugustana, que había recibido el castro de Belchite, de manos de Alfonso VII, fue incorporada al Temple. La Concordia fue ratificada mediante Bula de Eugenio III (30 de marzo de 1.150) y luego por el papa Adriano IV en 1.158.

Una vez asentados en Aragón, los Templarios participaron activamente tanto en la reconquista como en la defensa de las fronteras. Junto con las tropas de Ramón Berenguer IV sitiaron Tortosa, colaboraron en la ocupación de Lérida y dirigieron el sitio del castillo de Miravet.

En Miravet los musulmanes contaban con un rivat o rábita, los combatientes islámicos se encerraron en un convento fortificado dispuestos a morir antes que a rendirse, al que debe su nombre M´ravit (algunos historiadores creen que estos rivat pudieron ser el precedente de los monjes guerreros cristianos). Por estas actuaciones, los templarios fueron generosamente recompensados, recibiendo varias posesiones entre las que destaca el Castillo de Miravet.

Las donaciones de Ramón Berenguer IV continuaron a lo largo de su vida. A su muerte (1.162) se puede afirmar que los templarios estaban plenamente asentados en el reino de Aragón, participando activamente en la vida política del mismo.

La función de “princeps” (acaudillar el ejército, disponer tenencias, dictar cartas de población, etc.) estaba vedada a la reina por su condición femenina. Por ello, Petronila quedó con la dignidad regia que se hizo efectiva en sus testamentos y en la abdicación en su hijo Alfonso el 18 de julio de 1.164, mientras que desde 1.162 ejerció el poder un consejo de magnates aragoneses y barceloneses, el arzobispo de Tarragona, altos prelados, hombres ricos y barones de ambas procedencias, y representantes de las principales ciudades. Para ratificar este consejo regente se reunieron las primeras Cortes de Aragón documentadas el 11 de Noviembre de 1.164 en Zaragoza, pocos meses después de la transmisión de la herencia conjunta del reino y condados por parte de Petronila. La regencia de este consejo de notables en las decisiones de gobierno se extendió desde la muerte de Ramón Berenguer hasta 1.173, año en que su hijo Alfonso II el Casto, con dieciséis años, contrajo matrimonio y obtuvo así su mayoría de edad para poder legalmente encabezar el gobierno de sus tierras y pueblos.

En el año 1.163 continuaba la ofensiva aragonesa en la margen derecha del río Ebro, conquistando la mayor parte de las actuales tierras turolenses.

La colaboración decisiva de los templarios en estas conquistas es nuevamente agradecida por la monarquía aragonesa, recibiendo compensaciones económicas y posesiones como el castillo de Orta de San Juan.

Alfonso II, al igual que lo hiciera su antecesor Alfonso I, insistió en formar una milicia netamente aragonesa. Así que cedió al Conde Rodrigo el Señorío de Alfambra, donde fundó en 1.174 la Orden de Monte Gaudio. Esta nueva milicia, que contó pronto con bienes incluso en Palestina, recibió importantes donaciones por parte del monarca aragonés.

En 1.188 se unirá a la del Hospital del Santo Redentor, fundada en Teruel conociéndose como Orden del Santo Redentor de Alfambra. Incorporaron también a sus dominios Castellote y en 1.194 el monarca les cedió el desierto de Villarluengo.

Sin embargo, Alfonso II aprobó en 1.196 que todas las posesiones en Aragón recibidas por la Orden de Monte Gaudio pasaran al Temple. Estas nuevas posesiones fortalecieron el poder del Temple en la frontera con el reino moro de Valencia. La acción de los monjes guerreros fue decisiva para asegurar la defensa del Reino de Aragón frente a los ataques valencianos.

Alfonso II tuvo un destacado papel en el Midí francés, incorporó a la corona el condado de la Provenza en 1.166 y el Rosellón (1.172), posteriormente ocupó Niza, donde numerosos señores languedocianos le prestaron fidelidad y homenaje.

Durante el reinado de Pedro II ”el Católico”, los fondos de la Corona ya estaban agotados, con lo que recurrió con frecuencia a préstamos tanto de judíos, como a reyes vecinos y templarios para armar sus expediciones. Los vasallos del Midí francés imploraban la protección del rey de Aragón frente a los ataques de los cruzados convocados por el Papa Inocencio III para poner fin a la herejía albigense. Pero la invasión almohade hizo necesaria la intervención de Pedro II, que acudió a la ayuda de Alfonso VIII de Castilla junto con un ejército formado por gentes ultrapirenaicas, aragonesas y catalanas. Es probable que en esta expedición acudieran templarios aragoneses, pero no hay constancia documental. Pedro II regresó de la batalla de las Navas como gran vencedor.

El aumento de su fama hizo que sus vasallos del Midi francés imploraran con más fuerza su presencia ante la masacre que estaban realizando los Cruzados al mando de Simón de Montfort. Esta situación colocó a los templarios aragoneses entre la espada y la pared: por un lado la lealtad a su rey y por otro su voto de obediencia al Papa.

Los templarios no acompañaron a Pedro II a la defensa de sus vasallos del Midí. No obstante, tras la tragedia de Muret (1.213) donde perdió la vida, acogieron a su heredero Jaime I tras negociar con el Papa. Así que Jaime fue instruido por los Templarios en el castillo de Monzón. De esta manera se truncaba la posibilidad de lograr la consolidación de los territorios ultrapirenaicos de la Corona de Aragón.

Continuará…

La Marca Hispánica (II)

En las “Genealogías de Roda”, llamadas también Genealogías de Meyá, se encuentran referencias al linaje y las relaciones de parentesco de Aznar Galindo. Estas se denominan así por el nombre del código en que se nos han transmitido. Su redacción original se cree que fue en Nájera, sede de la corte Navarra, hacia el 980-990. Se trata por tanto de una obra de inspiración de la dinastía navarra del momento, la llamada Jimena (o segunda); de forma que su objetivo último habría sido el de explicar las relaciones familiares que unían a esta dinastía con sus predecesores de la primera, los Arista, y con la dinastía condal aragonesa fundada por Aznar Galindo.

En dichas genealogías el antropónimo Galindo aparece de forma repetida en tres linajes, hasta el punto que pudiera considerarse como un auténtico nombre de familia: los de Galindo Belascontenes, Aznar Galindo, y Galindo Jiménez de Pinitano.

La familia de Galindo Belascotenes sólo aparece mencionada de pasada para recordar que aquél era el padre de García el Malo, casado con una hija de Aznar Galindo; aunque algunos datos más tendríamos del personaje si le identificáramos con el Ibn Balaskut de las fuentes hispano-arábigas. En todo caso se trataría de una familia poderosa, emparentada con la de Aznar Galindo pero rival de ésta por el control del primitivo condado aragonés.

El linaje de Aznar Galindo sería el mejor conocido, por constituir al final el origen de la histórica dinastía condal aragonesa. De procedencia también aragonesa, además de emparentar con la familia de Galindo Belascotenes lo haría con el linaje de Iñigo Arista, que a principios del siglo IX se afianzó en el dominio de Pamplona, y con los aliados y parientes de este último, los muladies Banu Qasi, que antes de la invasión islámica habían dominado en Olite y Ejea.

El tercer linaje, el de Galindo Jiménez, parece radicado en la zona de Sos del Rey Católico y el vecino valle del río Veral, si consideramos hijo de este Galindo Jiménez al Jimeno Galindez de Berale de las Genealogías.

Estos dos últimos linajes todavía mantenían como nombre de la familia el antropónimo Galindo a mediados del siglo X, si consideramos descendientes suyos respectivamente a los dos barones Galindo Ysinari et Scemeno Galindonis iudicantes Aragone de un documento del 948. De esta forma podríamos hablar de unos linajes nobiliarios caracterizados por el antropónimo Galindo cuya esfera de poder a finales del siglo VIII se extendía por la porción occidental del Pirineo oscense, desde Boltañá hasta Sos. Tal vez descendieran todos ellos de un mismo tronco común de tiempos visigodos, al que perteneciera propiamente el nombre Galindo.

Ciertamente los tres linajes Galindo de las Genealogías de Roda usan de antropónimos de tradición vasco-navarra: Belasco, García, Jimeno y Aznar. Pero a diferencia de los otros dos grandes linajes navarros de los Arista y Jimeno, con los que emparentarían, las diversas familias Galindo ofrecen también desde un principio muestras de una onomástica de tradición gótica.

La mujer de Aznar Belascotenes se llamaba Fakilo, nombre que reaparece testimoniado en Bigorra en los siglos IX y X. Oria, hermana de Jimeno Galindonis de Beral y esposa de un Guntislo, bastardo de Galindo Aznar II, era hija de un tal Quintila.

Por su parte de la familia de Aznar Galindo conocemos una Aylo, hija del fundador de la casa condal aragonesa, una Andregoto, su tataranieta; un Mirón, también tataranieto del mismo y el ya citado Guntislo.

Visigotismo onomástico que parece convenir perfectamente con los orígenes del mismo nombre Galindo. Porque la verdad es que éste se corresponde con una antiguo etnónimo, los Galindai.

Estos en otro tiempo constituyeron una fracción popular de los Aestios de Prusia Oriental citados por Tácito en su obra Germania, como emparentados lingüísticamente con los britanos; tal vez un grupo protobáltico que desde muy pronto habría recibido influencias germanizantes de pueblos asentados en su vecindad. Según Tácito, los aestios vivieron a orillas del mare Suebicum (mar Báltico), hacia el este de los suiones (escandinavos) y hacia el oeste de los sitones. Eran una población de Suebia. Su nombre pervive en los estonios.

Los Galindai fueron ya mencionados por Ptolomeo como vecinos de los Sudinoi y su nombre se conservaría en una comarca medieval de Prusia (Galanda, actual Golenz). Los Galindai, como el resto de los Aestios, entraron en un contacto estrecho con los Gutones con motivo del asentamiento de estos últimos en el bajo Vístula. Nada extrañaría, por tanto, que algunos linajes de los Galindai bálticos se unieran a la gran migración gótica, que les habría conducido primero a las llanuras de Ucrania y finalmente a la Aquitania y a la Península ibérica, posibilitando así la posterior reaparición de tal nombre, ya como un antropónimo vinculado a nobles linajes, en los Pirineos occidentales.

Esta larguísima e inaudita emigración de los Galindo podría explicarse todavía mejor si consideramos que el famoso linaje real visigodo de los Balthos tenía también su origen en un antiguo grupo étnico de la zona báltica, concretamente en la isla llamada Basilia o Baltia. Los Galindo del siglo VIII hundirían así sus raíces en una antiquísima Sippe goda que habría estado estrechamente vinculada con la poderosa de los Balthos. Habiendo esta última protagonizado la etnogénesis visigoda y el Landnahme aquitano del 418 y es lógico que sus Hausherren se beneficiaran en grado sumo del primer asentamiento y reparto de tierras, de ahí su enraizamiento social y económico cuatro siglos después en una zona muy próxima al primitivo asentamiento godo.

Los Galindo habrían podido tomar pie en estas tierras pirenaicas al mismo tiempo que los grupos de taifales de Tafalla, y habrían conservado un cierto recuerdo de su identidad étnica hasta fechas muy tardías, al igual que éstos. Pero los Galindo también se habrían aculturizado, habrían emparentado con linajes vascones de la zona y habrían sabido aliarse convenientemente con los poderes dominantes a uno y otro lado de la gran cordillera según fuera lo más conveniente para sus intereses. Así los Galindo parecen ejemplificar en su historia familiar ese proceso de aculturización vascona, con elementos franco-aquitanos e hispano-visigodos, reflejados materialmente en las necrópolis de Pamplona y Buzaga.

Como en tantas otras ocasiones unos linajes nobles de origen muy foráneo habrían sido pieza clave para procesos de coagulación étnica y política, en este caso de los grupos euskéricos del Pirineo occidental.

El visigotismo de los Galindo sin duda ayudaría también a comprender el surgimiento de un neogoticismo en la naciente Monarquía Navarra de finales del siglo IX. Algo parecido había podido producir entre los cristianos cántabro-astures-vascos el linaje visigodo de Alfonso. Los orígenes histórico navarro-aragoneses parecen así liderados por los intereses y tradiciones culturales y étnicas de linajes nobiliarios como los Galindo. Consecuentemente no parecería lógico que entre éstos últimos fueran más determinantes otras tradiciones que se remontasen a los tiempos prerromanos de los vascones euskéricos. Sin embargo una curiosa historia referida por las Genealogías ha dado pie para sostener el primitivo gentilicio y pagano de las familias de Galindo Belascotenes y Aznar Galindo. Concretamente la afrenda sufrida por García el Malo en Las Bellostas por su cuñado Céntulo Aznarez; en venganza de la cual habría dado muerte a su cuñado, repudiado a su mujer Matrona, hija de Aznar Galindo, y con la ayuda de Iñigo Arista y los Banu Qasi expulsado a éste de su condado aragonés.

García I Galíndez “el Malo”, Conde de Jaca, Aragón y de Saldaña a finales del s. VIII y principios del IX, padre de Galindo Garcés, Íñigo Garcés y de Velasco Garcés, jefe de los sirtaniyin. Según las Genealogías de Roda, era el padre de Quisilo, esposa de Sancho Jiménez (hijo de Jimeno Garcés y de Sancha, hija de Aznar Sánchez).

De este dato se desprende la suposición de un primer matrimonio con la madre de Quisilo, de cuya unión nacieron también Galindo Garcés e Íñigo Garcés, quienes le sucedieron en el gobierno del condado.

Poco antes de 809, cuando el valí musulmán Amrus b. Yusuf ocupó el territorio al norte de Huesca, murió su primera esposa. Fue en ese momento cuando solicitó la ayuda del conde Aznar Galindo I y cuando probablemente contrajo segundas nupcias con Matrona, hija de aquél.

Las Genealogías de Roda relatan que, tras haber sido burlado, mató a su cuñado, Céntulo Aznárez en la villa de Las Bellostas (Huesca), repudió a su mujer y contrajo terceras nupcias con una hija de Íñigo Arista (o Íñigo Íñiguez). Partidario de oponerse a la expedición franca de Carlomagno, con el auxilio de su suegro Íñigo Arista, expulsó a Aznar Galindo I del condado de Aragón y se hizo cargo del mismo. Según el “Chronicon Moissiacense”, en 816 los vascones eligieron como príncipe a Garsimiro, que ha sido identificado con Garsiam Muci, o lo que es lo mismo, con García el Malo, quien murió dos años más tarde de ser nombrado caudillo. En 818 fue substituido en los gobiernos de Jaca, Aragón y Saldaña por su hijo Galindo Garcés (818-833).

Fuente: Códice de roda

Monte Albán (México)

Monte Albán es un sitio arqueológico localizado a 11 kms. de la ciudad de Oaxaca de Juárez (México). Fue durante mucho tiempo la sede del poder dominante en la región de los Valles Centrales de Oaxaca, desde el declive de San José Mogote en el Preclásico Medio (1.500-700 a.C.) hasta el ocaso de la ciudad alrededor del s. IX.

Se sabe que los mexicas llamaron a la ciudad Ocelotepec que significa Monte del Jaguar, de ocelotl-jaguar, y tepec-monte o cerro. El nombre en castellano Monte Albán fue dado por los españoles en la conquista, por la similitud del paisaje con los montes Albanos en Italia.

Como en otras partes de Mesoamérica, los restos de las edificaciones precolombinas de Monte Albán, son en su mayoría restos de las plataformas piramidales que sostuvieron las edificaciones dedicadas al culto religioso, a la administración pública o los restos de conjuntos habitacionales dedicados a los estratos dominantes de la sociedad. Sin embargo, gracias a los trabajos de mapeo del cerro, también se ha podido conocer la organización de los barrios de la ciudad. Mientras el conjunto monumental se organiza en torno a la plaza central, las habitaciones de los estratos sociales más bajos se localizaban en terrazas construidas ex profeso. Este patrón de asentamiento es bastante característico de las sociedades mesoamericanas precolombinas del Clásico (s. II-VIII y IX d.C.), como lo demuestra la disposición urbana de Teotihuacan, Palenque o Tikal, que se cuentan entre las mayores de aquel tiempo.

Monte Albán inició su propia historia alrededor del s. V a.C. Durante el 300-100 a.C. aproximadamente, la región debió enfrentar un clima de hostilidad derivado por el expansionismo militar, tal como lo atestiguan las representaciones en piedra de personas sometidas, los llamados Danzantes.

Al mismo tiempo, es el escenario de varias innovaciones importantes en el contexto mesoamericano, en contraste con otras regiones que durante el Pre-clásico Medio y Superior recibieron un importante aporte de la cultura Olmeca, en los Valles Centrales la impronta de este estilo está asociada por un corto período con el desarrollo de San José Mogote, para luego dar lugar a un estilo artístico más o menos característico de la cultura Zapoteca.

Otro dato importante sobre el desarrollo formativo de Monte Albán es la creación de un sistema de escritura propio, cuyas evidencias más antiguas corresponden al s. IV a.C. La escritura zapoteca estaba asociada al registro de sucesos notables para la historia de la ciudad, por lo que implica el manejo de un calendario.

Durante la Fase I de la ciudad se comenzó el aplanamiento de la cumbre, así como la construcción de un muro defensivo en las laderas norte y oeste del cerro. Durante la Fase Monte Albán II Temprana, la capital zapoteca tuvo una población de aproximadamente 17.200 habitantes, que la convertían en una de las mayores ciudades de Mesoamérica.

Como la mayoría de los centros ceremoniales prehispánicos, la zona arqueológica de Monte Albán cuenta con un “juego de pelota” el cual se encuentra localizado al norte de la plataforma oriental. Este recinto es conocido como Juego de Pelota Grande, a diferencia de otra construcción, también conocido como Juego de Pelota Chico.

En algún momento los muros de esta edificación estuvieron cubiertos por estuco, como lo han demostrado las excavaciones realizadas en ese lugar. Las dimensiones del juego de pelota son de aproximadamente 25 m. de largo y de 7 por 22 m. en los extremos conocidos como cabezales. La longitud interior, incluyendo los cabezales, en su totalidad es de aproximadamente 54 m.

En Monte Albán el juego de pelota se practicaba golpeando la pelota con la cadera, codos y rodillas. Los jugadores hacían pasar la pelota de un lado a otro; los muros inclinados ubicados a los lados de la cancha se cubrían con una gruesa mezcla de cal para crear una superficie que hiciera a la pelota regresar al campo de juego.

En esta zona arqueológica se construyeron cinco canchas de Juego de Pelota, hecho que confirma la importancia de dicho juego a nivel regional. El Juego de Pelota Grande se construyó aproximadamente en el 100 a.C.

En la zona de la Plaza Central se encuentra el Palacio, se estima su construcción entre los años 350 y 800 d.C. su ocupación pudo estar relacionada con la clase noble y sacerdotal. Se ingresa al recinto a través de un pasillo estrecho llamado «entrada ciega»; esto nos habla del carácter restringido y exclusivo del edificio. Al centro del patio se ubica un pequeño altar; a un costado un tunel corre por debajo del palacio. No se ha completado su exploración, sin embargo se cree que funcionó como acceso privado a la Gran Plaza y otras área aledañas. En la actualidad, el palacio solamente conserva el desplante de los muros. El bloque rectangular que corona la puerta es una pequeña muestra del avanzado carácter de la arquitectura de la zona.

En la Gran Plaza se encuentran dos edificaciones que fueron observatorios astronómicos, estos están relacionados con edificios de otras zonas arqueológicas ubicadas en el Valle de Oaxaca, un ejemplo es el Caballito Blanco de la zona de Yagul.

La observación astronómica dio a la sociedad prehispánica el conocimiento necesario para calcular los ciclos de la agricultura, conocer los cambios de estación, la proximidad de las lluvias, las épocas de recolección de plantas medicinales; así como para pronosticar acontecimientos futuros y orientar las construcciones, calles, avenidas y plazas hacia los puntos cardinales. En la base de uno de los observatorios, se muestra una piedra grabada que se denomina «Lápida de conquista». Existen diversas de estas lápidas, en ellas se muestran escenas de conquistas realizadas por Monte Albán sobre otros pueblos entre el 100 a.C. y el 200 d.C.

En cada piedra es posible apreciar el glifo de Monte Albán y debajo una cabeza invertida que se supone representa a los vencidos. Se cree que la existencia de dichas lápidas sirvió para mostrar la fuerza y el poder de los ejércitos ante los ojos de los locales.

Existen varias estelas que contienen sobre su superficie exclusivamente texto escrito, en forma de jeroglíficos, los cuales no tienen figuras animales ni humanas representadas. Estas estelas se encuentran ubicadas fuera de los edificios y conmemoran sucesos importantes para la historia de la ciudad. Los jeroglíficos corresponden básicamente al calendario, del que se han podido deducir los signos representantes de los días, meses y el año. Muchos de los jeroglíficos esculpidos representan números, los cuales permiten demostrar que los habitantes de la región ya poseían un gran conocimiento matemático y astronómico del cual se conoce muy poco. Una de las estelas, la mayor de Monte Albán, mide aproximadamente 6 m. de altura y está orientada astronómicamente, alineada perfectamente en dirección norte con la Estrella Polar.

EI sistema calendárico era una convención de símbolos asociados al ciclo solar, el cual se compartía con otros pueblos mesoamericanos. Los zapotecos también tenían un calendario ritual o sagrado (piye) que comprendía el año de 260 días, donde se combinaban 20 días con 13 numerales que daban como resultado los 260 nombres diferentes; y un calendario solar de 365 días (yza), de 18 meses de 20 días y 5 días adicionales; ambos calendarios derivaban de los que habían inventado en sus orígenes.

Como en el resto de las culturas mesoamericanas, en el sistema de calendarios zapotecos también coincidían las cuentas ritual y solar cada 52 años, y de esta manera se completaban los siglos, que indicaban el momento de la renovación total de la vida de la gente y de las ciudades, era el momento deI Nuevo Sol.

Fuente: Wikipedia